En su libro ¨Con la misma piedra¨, M.A.Ariño y P.Maella identifican los 10 errores más comunes en la toma de decisiones. Su lista me parece muy bien trabajada: ni sobran, ni faltan.
Me he permitido desarrollar mis propios comentarios a su listado.
Léalo y verá lo probable que es cometer alguno (o varios) de estos errores…y lo difícil que resulta para todos no equivocarse.
Precisamente, Richard Thaler, el último Nobel de economía- ha estado incidiendo mucho en este hecho microeconómico: lo más frecuente es que las decisiones de índole económica se tomen irracionalmente, por impresiones, sensaciones o intuiciones, lo cual socava profundamente algunos de los fundamentos mecánicos de la macroeconomía. A esto mismo también se habían dedicado con anterioridad Daniel Kahneman y Angus Keaton.
Y es que conforme avanzan los conocimientos sobre la conducta de los humanos resulta más evidente que la razón no siempre guía la acción. En mi opinión, la racionalidad es un esfuerzo que no siempre nos apetece hacer.
¿No da que pensar la reciente moda del emmotional marketing: straight to the heart.
Ahí lo dejo: sospeche usted mismo.
La lista.
Hacerse trampas
Cada vez hay más constancia de que el cerebro es una máquina al servicio de su portador y que, si para procurar su bienestar, tiene que “engañarle” alterando los hechos, lo hace tanteas veces como se presente la ocasión. Hay evidencias científicas que no dejan lugar a dudas al respecto.
No te fíes de tu cerebro: tu sabes casi siempre cuando te estas haciendo trampas. Y si no lo sabes, consulta a tu médico.
Buscar la decisión perfecta
Los alemanes dicen que lo mejor es enemigo de lo bueno. Y es que la búsqueda de la perfección puede resultar paralizante. Hay que asumir que la perfección no existe sin por ello desistir de trabajar para reducir al máximo la incertidumbre. Todo lo que pueda estar avalado métrica y numèricamente debe estarlo. El instinto, la intuición y la experiencia, para ese 10% que no hay manera de medir.
Ser poco realista
El autoengaño acecha siempre para hacernos confundir deseos con realidades.
Recordemos el efecto placebo (y el menos conocido pero no menos operativo nocebo): si, de antemano, creemos en algo, hay bastantes probabilidades de que nos siente bien. Si, por el contrario, no tenemos confianza en la eficacia de ese algo, aumentan las probabilidades de que no funcione (nocebo). Estas casuísticas son “de circuito cerrado”, es decir que nos afectan, para bien o para mal, sólo a nosotros, pero son la evidencia de la influencia de nuestro cerebro en nuestro estado. Así que, con frecuencia (y no es igual en todos los individuos), nuestro cerebro dará por buena una decisión simplemente por que nos gustaría que sucediera lo que hemos decidido.
Decidir según las modas
La popular mainstream: donde todos piensan igual, ninguno piensa demasiado.
La moda es un refuerzo y un blindaje: “si esto es lo que se suele hacer, no me equivoco”. No vale renunciar al propio juicio: hay que cuestionarlo todo.
Precipitarse y arriesgar más de lo necesario
En ocasiones, la urgencia es un pretexto para no pensar más. Tan malo es no actuar como precipitarse. Y, además, pocas veces las cosas son tan urgentes.
No tener claras las consecuencias
Aunque no todo es previsible, hay cosas probables y cosas imposibles. Distínganlas, descarten las imposibles y porcentúen las probables: lo verá más claro.
Por cierto, hay unas cuantas frases hechas del tipo: Mañana Dios dirá…Dios proveerá…Solo Dios lo sabe…
No metamos a Dios en esto: igual está ocupado en otros asuntos y nos deja solos.
Confiar demasiado en la intuición
La intuición tiene un prestigio inmerecido. Es cierto que hay algunos individuos desconcertantemente intuitivos…pero ni todo el mundo es intuitivo, ni los intuitivos aciertan siempre. De nuevo el cerebro tratando bien al portador.
Sobrevalorar el consenso
El consenso tranquiliza en la medida que diluye la responsabilidad y aumenta la apariencia de estar en lo cierto.
Efectivamente, el consenso es un potente analgésico, pero entre sus contraindicaciones está la recomendación de no “conducir” porque inhibe los reflejos y el sistema de alarma.
No se fíe del consenso: si consulta a los demás, excite el disenso. Escuche a los disidentes y haga que lo argumenten.
Desconfíe del consenso: muchos se apuntan por comodidad, por su seguridad, por temor o por inseguridad.
Ser prisionero de las propias ideas
Es fácil enamorarse de nuestras propias ocurrencias. Y más con tanta tendencia de refuerzo de la autoestima. Y es muy fácil también tratar de defenderlas como la mejor opción posible.
Un paréntesis: en relación a las ideas, hay dos tipos de individuos,
1 los que tiene una idea al año
2 los que no paran de tener ideas todo el tiempo.
Los primeros suelen defender “su idea” contra viento y marea. Los segundos, si no te gusta la primera, tienen más…
Ojo con los que están dispuestos a darle la razón, sobre todo si sus nóminas dependen de usted.
No llevar a la práctica lo que hemos decidido
La tarea acaba con los hechos, no con las decisiones. Hasta entonces, hay que vigilar que vaya sucediendo según lo que se ha decidido.
Involucre a todo aquel que puede entorpecerlo porque si no se siente involucrado puede que no haga lo necesario. Y si ha tenido opositores y están incluidos en el proceso, vigílelos especialmente: puede que se sientan mejor si el asunto fracasa.